- Muy mona, esa azafata
La señora de mi lado se inmiscuye en mis pensamientos. Atenta y sonriente, ojos picarones tras unas gruesas gafas . Cincuenta años bien llevados, no como sus dos pendientes, demasiado grandes, precisamente como el azul pesado que lleva en los párpados.
- Sí, una gnocca.
- ¿Qué?
- Es una gnocca. En Roma decimos eso de una azafata como ésa. Realmente decimos mucho más pero no me parece apropiado comentárselo.
- Gnocca...- Sacude la cabeza- No lo he oído nunca.
- Gnocca... A veces, preciosa gnocca. Es una expresión simpática robada a la pasta. Sabe cómo son los ñoquis, ¿no?
- Si, claro. Los he oído nombrar y los he comido un monton de veces.
Se ríe divertida.
- Perfecto, y ¿le han gustado?
- Muchísimo
- ¿Ve? pues entonces es fácil. Cuando a una chica se le dice que es una gnocca, quiere decir que está <
- Si, pero me resulta extraño pensar en ella como un ñoqui. Me parece..., ¿cómo se dice?..., eso: ¡grosero!
- ¡No! Tiene que pensar en esos ñoquis que llevan la salsa caliente por encima, ese tomate dulce, esos que se deshacen en la boca, que casi se pegan hasta que la lengua tiene que despegarlos del paladar.
- Sí, ya lo he entendido. Parece que le gustan a usted mucho los ñoquis
- Bastante
- ¿Los come a menudo?
- En Roma, muy a menudo. En Nueva York no he probado la comida italiana ¿qué sé yo?, por principios, supongo.
- Qué extraño, dicen que hay un monton de restaurantes buenísimos. Oh, mire, está volviendo la... gnocca.
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