domingo, 18 de abril de 2010


Hace años que no pienso. Entiéndase, que no pienso en nadie, porque, eso sí, tengo la extraña costumbre de pensar al acostarme, al dar la última vuelta debajo de las sábanas, cuando quedo de cara a la pared fría.
Por eso, no sé cómo ni desde cuando he llegado a pensar en ti, como esta última noche. Ya sé que todo se debe a mi poca instrucción, pero ya sabes que yo de eso no tengo la culpa, y que si sigo haciéndolo todo se puede hundir, y yo la primera.
¿En qué minuto apareciste en mi vida? Un smackdown emocional. Y desde entonces, llevo planeando aniquilar y sustituir tu imagen, eso sin apenas saber de ti y sin tener ningún trato contigo.
Al principio, pensé en huir y compré un mapa, para tratar de evitar la esquizofrenia geográfica (y lingüística), que podría conducirme a un fin demente, criminal o suicida o yo qué sé. Y al final yo no pude dar ni un paso y te escapaste tú, así yo no cambié de dirección por si, de repente, me escribías algún día en francés.
Me despierto, y ya no estaba pensando sino que había estado mis siete horas de sueño - si eran siete, eso con mucha suerte - recordándo e imaginando, que era incluso peor porque después me lo creía. Ya conoces los efectos secundarios de los sueños.Esta mañana no me acordaba de casi nada, apenas sabía que había pensado en ti como hacía antes muchas (todas) las noches. Para mi sorpresa, no sentía ni las antiguas taquicardias ni el dolor por todo el cuerpo, ya diagnosticado como patológico, pero sí algo en el estómago, como si hubiese tragado una disolución melancólica, y con el fin de digerirla cuanto antes, todavía no he desayunado. Por eso no he comido nada, para recordar qué fue real y el sueño de lo que fue real (aunque prefiriese no distinguir), y ya veremos cuando lo hago.