Cuatro paredes y una ventana, por la que se cuelan ruidos de fondo que se alejan a cada segundo más de mis adentros. Gente que aprecio difuminada a lo lejos, pero muy muy lejos. Adivinanzas que me invitan a atravesar la puerta de mi interior, pero estoy tan a gusto que no quiero.
No es que siempre sea así, peo hay veces en las que me apetece aislarme. Dejar el resto para otro momento, y pensar en todo lo que quiera aparecer por mis adentros en esos instantes. Hay quien no me entiende, pero hay días en los que necesito espacio y tiempo para mí. Y no saber nada de nadie, excepto de mí misma. Y es que es esta una de las consecuencias que tengo que asumir por haber pensado demasiado en los demás y dejarme para la última.
Me encierro en una especie de caja imaginaria en la que veo todo, pero no dejo que me vean a mí. Y así pienso, recapacito, y actúo acorde con lo que en realidad siento.
Tonterías? Puede. Pero en una sociedad como ésta en la que nos han convertido en números más que en máquinas, creo que de vez en cuando va bien separarse del mundo y encontrarse a una misma. Dedicarse tiempo y, paradójicamente, conversar… que el interlocutor no es otro que nosotros mismos.
Hay veces en que de un momento a otro necesito romper la rutina, destrozar los moldes y crearme por unos momentos, un mundo a mi medida, donde nadie pueda entrar para decirme cómo debo actuar.
Yo soy así. Difícil de entender. Pero no me gusta tener que dar explicaciones por actos que sólo tienen como respuesta la necesidad de aislarme. Ganas de estar conmigo misma. Sin que me echen en cara que dejo todo de lado porque sí. Y es que los porqués nunca son dueños de si mismos, sino que vienen en consecuencia de otros efectos en cadena. Los míos? Tan solo aislamiento y sentirme dueña de mi propia vida. Mía.